La tierra esclava

Así se planta en países pobres para consumir en países ricos

‘La tierra esclava’ es un proyecto de investigación sobre las plantaciones de café, azúcar, cacao, banano y palma en cuatro países: Colombia, Guatemala, Honduras y Costa de Marfil. Son cultivos con algo en común: se siembran por manos pobres en grandes extensiones de terreno para luego ser exportadas a los países ricos.

Hemos encontrado estructuras empresariales de cártel, corrupción de las instituciones, relación con tramas criminales, erosión salvaje del medioambiente y una relación colonial con Europa.

Los principales cultivos de plantación son:

Caña de azúcar
Banano
Café
Palma africana
Cacao
Coco
Algodón
Tabaco

El 9% de la superficie agrícola del planeta en 2014 estaba ocupada por estos principales cultivos de plantación, según datos de la FAO

En muchos países de América Latina, África y Asia las plantaciones superan el 30% de la superficie cultivada. Estos monocultivos, dedicados al consumo industrial internacional, limitan la capacidad para el autoabastecimiento de los países en desarrollo.

De hecho, los países con mayor proporción de tierra cultivada con plantaciones también presentan peores índices de seguridad alimentaria y porcentaje de la población subalimentada.

Entre 1995 y 2014, el 50% de las exportaciones mundiales de estos cultivos terminaron en Europa, Estados Unidos y Canadá. Solo en 2014, el volumen de negocio superó los 153.000 millones de dólares.

La mayoría de críticas a los cultivos de plantación se deben a:

Las largas jornadas
por bajos salarios
La concentración de los beneficios en
un pequeño grupo de compañías
Los daños medioambientales del
monocultivo y la agricultura intensiva

Esta investigación ha analizado cinco cultivos de plantación

Café
COLOMBIA
Banano
COLOMBIA
Azúcar
GUATEMALA
Cacao
COSTA DE MARFIL
Palma africana
HONDURAS

Nos hemos encontrado:

1) Trabajadores de cultivos muy lucrativos viviendo casi en la pobreza

2) Un pequeño número de productores controla la mitad de la tierra sembrada

3) Un cártel de productores que se extiende a paraísos fiscales

4) Plantaciones que arrasan con bosques, ríos y áreas protegidas

5) Tierras robadas por grandes terratenientes a campesinos
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El flujo de las plantaciones: las cifras del comercio mundial

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La tierra esclava

Un proyecto de:

En colaboracion con:

Raúl Sanchez

Periodista de datos - eldiario.es

Coordinación y análisis de datos.

Juan Luis Sánchez

Subdirector - eldiario.es

Coordinación y edición.

Esther Alonso

Directora de marketing - eldiario.es

Coordinación.

José Luis Sanz

Director de El Faro

Coordinación y edición.

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Diseñadora y periodista - eldiario.es

Diseño, formato y visualización.

Ximena Villagrán

Periodista de datos

Análisis de datos y reportera en Guatemala y Honduras.

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Periodista

Reportero y fotógrafo en Colombia.

Laura Olías

Periodista - eldiario.es

Reportera en Costa de Marfil.

Nelson Rauda

Periodista - El Faro

Reportero en Honduras.

Gabriel Labrador

Periodista - El Faro

Reportero en Guatemala.

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Fotógrafo - El Faro

Fotografía de Honduras y Guatemala.

Daniel Valencia

Editor - El Faro

Edición y coordinación de Honduras y Guatemala.

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Periodista de datos

Análisis de datos.

Alex Cedric Coulibaly

Fotógrafo

Fotografía de Costa de Marfil

Alejandro Navarro

Responsable de vídeo - eldiario.es

Vídeo y material gráfico.

David Conde

Vídeo - eldiario.es

Vídeo y material gráfico.

David Ruiz

Desarrollador - eldiario.es

Visualización y desarrollo.

Ángel Pérez

Desarrollador - Artesans

Desarrollo del microsite.

Arnau Sans

Desarrollador - Artesans

Desarrollo del microsite.

Un proyecto financiado por

Pobreza, cacao y niños con machete
en Costa de Marfil

Por: Laura Olías


Fotografía: Mina-Yefien Coulibaly

Las carreteras y caminos rojizos del sur y oeste de Costa de Marfil se abren paso entre los cacaoteros. Para llegar hasta la caja de bombones o la tableta de chocolate, el cacao ha estado antes aquí, dentro de las vainas de color amarillo intenso, duras y con forma de balón de rugby que cuelgan de los árboles.

Los campesinos las rompen con agilidad a golpe de machete. Dentro, los granos están cubiertos por una pulpa dulce de color blanco. Solo cuando las semillas fermentan y se secan al sol empiezan a parecerse algo más a la imagen final del cacao, marrón oscuro.

Es un sábado de noviembre, mes de la temporada fuerte del cultivo, la grande traite. Limpiando los granos, ya con tonos pardos, y moviéndolos en un gran manto se encuentran tres niños junto a su padre, en la localidad de Fengolo. El mayor ronda los 12 años y el menor, que parece no llegar a los cuatro, separa las semillas casi entre juegos.

El hijo preadolescente asiente y niega con monosílabos a cada pregunta. ¿Vas al colegio? “No”. ¿Por qué? Sonríe y continúa con los dedos enterrados en los montones de cacao, sin dejar de trabajar. No sabe apenas francés, idioma oficial del país que se enseña en la escuela. El menor no va al colegio, como confirma su padre.

A unos 600 kilómetros de allí, en Kako, los plásticos negros protegen la nueva vida de Gaston, Latif, de 17 años, y Mamadou, de 16. Los chavales regentan un pequeño corral en el que se pasean lentas varias gallinas. También han levantado un cobertizo donde corretean una docena de crías. “Ahora nos dedicamos a la ganadería”, cuenta Gaston con orgullo. Solo hace un año sus vidas se parecían mucho a la escena familiar de Fengolo: se dedicaban al cacao, cultivo estrella en Costa de Marfil, que sitúa al país en el mapa como el primer productor mundial.

De sus días como agricultores recuerdan que llegaban tan cansados a casa que eran incapaces de dormir bien. Como hacen hoy los niños de Fengolo, los jóvenes granjeros pasaban sus días en las plantaciones de sus padres, su destino desde los 10 años. “El trabajo duro”, describe Gaston moviendo los brazos como si levantara una pesada carga. De las caminatas hasta el terreno de su padre, Mamadou recuerda que salían “de casa a las 7 de la mañana y hasta las 10 o así no llegábamos a la plantación”.

Los chavales enseñan su nuevo oficio, rodeados del personal de Unicef y la agencia estatal de desarrollo agrícola Anader. Ambos apoyan proyectos como este para reducir el trabajo infantil en el país. Algo acorralados por los adultos, solo Gaston habla francés fluido, gracias a que estudió algunos años. Los padres de Mamadou nunca le sentaron frente a una pizarra y Latif, que acudió a una escuela coránica, se expresa únicamente en Malinké, una de las alrededor de 70 lenguas que se pueden escuchar en el país. “Nuestros padres no tenían la costumbre de enviarnos a la escuela, no sabían que era importante”, les excusa Gaston.

Lo vivido por estos menores en Kako, aldea próxima al gran puerto de San Pedro, es recurrente en el país africano. Costa de Marfil se convirtió durante los 80 en el mayor productor mundial de cacao. Originario de América y que llegó a Europa de mano de los colonialistas españoles, el cacao ahora es sobre todo africano: más del 70% del producido en el mundo crece en este continente. Solo los agricultores costamarfileños dan a luz al 40% del cacao mundial, seguidos por Ghana y, de muy lejos, por Nigeria y Camerún.

Lo vivido por estos menores en Kako, aldea próxima al gran puerto de San Pedro, es recurrente en el país africano.

Costa de Marfil se convirtió durante los 80 en el mayor productor mundial de cacao.

Originario de América y que llegó a Europa de mano de los colonialistas españoles, el cacao ahora es sobre todo africano: más del 70% del producido en el mundo crece en este continente.

Solo los agricultores costamarfileños dan a luz al 40% del cacao mundial, más que la totalidad del suelo americano.

También es líder en la exportación de cacao, seguido por Ghana y, de muy lejos, por Nigeria y Camerún. Ni siquiera los dos primeros juntos suman lo que produce Côte d’Ivoire.

La mayoría de la producción termina en los supermercados de Estados Unidos y Europa, que controlan casi el 80% de las importaciones mundiales de cacao.

El éxito de las cifras a nivel nacional no se extiende a los pequeños campos familiares, base de la producción del país. Los terrenos suelen estar en manos de pequeños propietarios, más de 800.000 según las cifras oficiales. La mayoría se ha servido tradicionalmente de la mano de obra de sus hijos para trabajar. “Ellos no tienen que ser como nosotros”, recomienda ahora el padre de Mamadou. Tras recibir sensibilización no ha vuelto a utilizar a sus niños para sacar adelante su cosecha, asegura.

Ese “como nosotros” suele equivaler a pobre y analfabeto. En el primer peldaño de la industria del cacao, que genera miles de millones a nivel mundial, se malvive. El Barómetro del Cacao 2015, que elaboran varias organizaciones sociales para examinar al sector, concluye que “la mayoría de los agricultores de cacao vive en la miseria”. Aunque los hombres son los protagonistas del trabajo en el campo, las mujeres están alcanzando una mayor presencia, según este barómetro, y además realizan labores complementarias en la economía familiar.

Los campesinos no obtienen lo mínimo para aliviar sus necesidades básicas. Las mujeres embarazadas de la remota comunidad de Houphouet-Kouamekro (en la región de Gagnoa), por ejemplo, abandonan sus hogares durante la gestación, cuentan sus habitantes en un día de trabajo. La población no quiere confiar la vida de sus bebés, si las mujeres tienen alguna complicación, al turbulento y casi inaccesible camino de tierra que ‘comunica’ este poblado productor de cacao.

“El Estado nos ha olvidado. Si no, ¿por qué está así la carretera?”, afirma un agricultor que toma la palabra en nombre de la comunidad. Sus habitantes beben agua de un cauce de agua natural que llaman “pozo”, en el que se aprecian ranas en el fondo. Si no llueve durante “dos o tres días, no queda agua”, explica mientras varios jóvenes caminan sobre los mantos con semillas para acelerar el secado.

En estas ‘alfombras’ de cacao queda muy lejos la riqueza que genera el cultivo. Los 18.400 millones de dólares que Mars, empresa líder del chocolate, obtuvo en ventas de dulces, según el ranking de Candy Industry de 2016. Mondelez, otra de las compañías más importantes, recaudó 16.691 millones, y Nestlé, 11.041. El Producto Interior Bruto del Costa de Marfil en 2015 era de 31.760 millones de dólares.

Las ventas del imperio de los dulces

Ventas estimadas de confitería de las diez principales compañías de chocolate en 2015

Fuente: Candy Industry 2016

Una foto: trabajo infantil

Lo que indigna a muchos costamarfileños, indica el sindicalista Koné Moussa, es que de las vulneraciones de derechos en la región cacaotera lo que ha trascendido en los países consumidores es, casi exclusivamente, el trabajo infantil. Las fotos de niños con machetes más largos que sus brazos, trabajando el cacao. Ya está. Los retratos de escenas como la de Fegolo sin el contexto familiar que las envuelve. “Les planteurs souffrent” (los agricultores sufren), repiten una y otra vez en las regiones productoras. Lo hacen pidiendo atención, pero también con naturalidad: es así y siempre ha sido así.

Desde principios de los 2000, varios medios de comunicación internacionales señalaron el trabajo infantil en la región. Las quejas de consumidores y organizaciones sociales arremetían contra las grandes empresas comercializadoras, por obtener ingresos millonarios del cacao y no garantizar los derechos laborales en su cadena de suministro. Los dedos acusadores también señalaban al país africano. El dulce favorito de muchos niños en Europa y Estados Unidos, principales demandantes del chocolate, estaba manchado con el sudor y la falta de oportunidades de los de la región africana.

Además de un serio problema de derechos humanos, esto presentaba un enorme obstáculo para la economía de Costa de Marfil: el cacao supone aproximadamente el 15% del Producto Interior Bruto (PIB) y el 40% de sus exportaciones, según las cifras del Consejo de Café y Cacao, órgano estatal encargado de la comercialización del producto.

Algunos reportajes y noticias denunciaban “esclavitud” y “trabajo forzado” de niños víctimas de trata en los campos de cacao. La periodista Órla Ryan, en su libro Naciones de chocolate. Vivir y morir por el cacao en África occidental, critica varios ejemplos de mala praxis periodística: algunos retrataron la explotación infantil en una prevalencia que no se ajustaba a la situación en el terreno. La mayoría de los menores que trabajan lo hacen con sus familias, según todos los actores consultados.

Así nace el Protocolo Harkin-Engel en 2001 en Estados Unidos, país líder en consumo de chocolate, que llamaba a eliminar las peores formas de trabajo infantil en las plantaciones de cacao de Costa de Marfil y Ghana. El acuerdo involucró a las multinacionales, actores de la sociedad civil y los gobiernos de los dos países africanos y el de EEUU. “Solo era un acuerdo voluntario, no obligaba a las empresas a cumplirlo. Nosotros pedíamos más, pero el protocolo sentó a las compañías en una mesa junto a los Gobiernos productores para hablar del tema y eso no había ocurrido antes”, reconoce Abby McGill, miembro de International Rights Labor Forum (IRLF). Desde entonces, se han ido quemando fechas límite para acabar con el problema y revalidando nuevos compromisos, más modestos.

Los compromisos de las compañías para reducir el trabajo infantil en el cultivo de cacao en Costa de Marfil y Ghana

Aportaciones comprometidas a través del Protocolo de Harkin-Engel

Fuente: Departamento de Estado de Estados Unidos

Varias entidades sociales, entre las que se encuentran Voice Network e IRLF, sin restar importancia al trabajo infantil, piden abrir el foco para poder combatir el problema. Casi siempre que un padre pone un machete en la mano de su hijo, esa familia es pobre. “Si los agricultores no tienen los suficientes ingresos, el trabajo infantil será siempre un problema. La pobreza es la verdadera raíz de muchos problemas, entre ellos el trabajo infantil”, enfatiza Antonie Fountain, director de Voice, una de las elaboradoras del Barómetro del Cacao.

Si se levanta la vista de los mantos de cacao, la estampa la forman casas levantadas con adobe y hojas de palmera, sin electricidad, sin agua corriente. El trabajo infantil, todavía sin cifras, ni una definición consensuada, ha sido calificado muchas veces por las grandes compañías como difícil de detectar y controlar en la cadena de suministro. Vienen a decir que es posible que exista, pero es muy complicado de probar y combatir. Un recorrido por las regiones productoras de cacao en Costa de Marfil muestra que, si para el empleo de menores les faltan pruebas, para advertir la pobreza solo deben abrir los ojos en cualquier comunidad de agricultores. La que sea.

Según explica Abby McGill, un problema real muy concreto y acotado, el trabajo infantil, ha podido ser aprovechado por las propias multinacionales para desviar la atención sobre otro mucho más extendido, al que también están atadas: la miseria de los productores. “Con la construcción de escuelas, por ejemplo, son proyectos con los que las compañías dicen ‘mirad qué cosas tan buenas estamos haciendo’. Pero el trabajo verdaderamente necesario es menos sexy: consiste en indagar en la cadena de producción sobre por qué viven en la pobreza las personas que producen una materia tan demandada”, argumenta. Y eso no lo están haciendo, opina.

Ningún representante de Nestlé, Mars y Mondelez ha querido conceder una entrevista a este medio, aunque las compañías enviaron folletos de información sobre sus planes de intervención contra el trabajo infantil.

Guerra de cifras

La meta de Protocolo Harkin-Engel para acabar con el uso de los menores como mano de obra finaliza en 2020 pero encuentra, como poco, un inconveniente: más de 15 años después del famoso pacto, el Gobierno costamarfileño, Unicef y la Organización Internacional del Trabajo (OIT), entre otros protagonistas, son incapaces de cuantificar la presencia de trabajo infantil en el país. Medir su incidencia, la de una “prioridad nacional” para el presidente Alassane Ouattara, era uno de los retos del protocolo, pero se ha convertido en el motivo de un enfrentamiento entre los actores implicados en esta lucha.

El Gobierno marfileño creó en 2011 el Comité Nacional de Vigilancia de las Acciones de Lucha contra la Trata, la Explotación y el trabajo Infantil (CNS), presidido por una figura de primer nivel: la primera dama de Costa de Marfil, Dominique Ouattara. En el organismo afirman no tener datos fiables del fenómeno. “A nivel nacional no hay una encuesta sectorial hecha sobre el tema”, asegura un portavoz del gabinete de la primera dama desde un lujoso despacho en sus oficinas en Abidjan, la capital financiera y comercial del país.

Los únicos datos que aporta el responsable son de una encuesta de empleo de 2013, de todos los sectores económicos: “Indica que hay 1.400.000 niños en esa situación en Costa de Marfil”. El informe los concreta en 1.424.996 menores afectados por el trabajo infantil (child labor, es decir, perjudicial para su salud o desarrollo) de entre 5 y 17 años. Uno de cada cinco niños en ese tramo de edad.

Cuando el portavoz de la primera dama dice que no hay ningún estudio específico sobre la materia, miente. El Departamento de Estado de Trabajo de EEUU se lo encomendó a la Universidad de Tulane dentro del mencionado protocolo internacional. Publicó sus resultados en 2015, pero el Gobierno de Costa de Marfil, que autorizó la investigación en un inicio, no los acepta. La universidad estadounidense llevó a cabo una encuesta sobre trabajo infantil en los campos de cacao de Costa de Marfil y su vecina Ghana en el periodo 2013-2014, después dos estudios previos al respecto. Las conclusiones muestran un aumento del número de afectados: 1.203.473 menores trabajaban en los campos de cacao del país. En 2008-2009 eran 809.835 niños.

Así se distribuye la población infantil en las áreas de cultivo de cacao en Costa de Marfil

Porcentaje de niños entre 5 y 17 años realizando las siguientes labores

Fuente: Tulane University

El colaborador de la primera dama justifica la oposición de las autoridades de Costa de Marfil a la encuesta. Los académicos infringieron “el convenio de colaboración acordado” y “la metodología no cumple los estándares recomendados por la Organización Internacional del Trabajo (OIT)”, asegura y critica con incredulidad que el estudio considere a “un niño trabajador en el cacao si éste declara haber trabajado al menos una hora durante los últimos 12 meses”. Según su testimonio, “la misma OIT dice que no se reconoce en el informe” debido a estos criterios.

Desde Ginebra, un portavoz de la OIT evita mojarse: no critica los métodos empleados por el equipo de la Universidad de Tulane, ni los valida. “La OIT no ha respaldado la encuesta porque no se hizo por nuestro mandato. Eso lo tiene que hacer el Gobierno, no es nuestra responsabilidad”, explica Alexander Soho. ¿Respeta o no la encuesta los estándares de la OIT? “Algunas de las cosas son comunes y otras no”, responde. “La encuesta es interesante, nosotros no estamos diciendo que no sea importante. En términos de tendencia, como en cualquier otra encuesta basada en los mismos parámetros, es interesante”.

En la sociedad civil y organismos internacionales hay variedad: Unicef, por ejemplo, no acepta las cifras. Voice e IRLF, sí. ICI (International Cocoa Iniciative) también. Es la fundación creada para cumplir el protocolo y formada por miembros de la industria y la sociedad civil, cuya financiación depende sobre todo de las multinacionales y la administración estadounidense.

La siguiente encuesta en el marco del Protocolo Harkin-Engel, que estaba prevista que volvieran a desarrollar los investigadores de Tulane, ha sido finalmente adjudicada a la Universidad de Chicago. El investigador principal del informe, el doctor William Bertrand, rechaza las críticas a la investigación: "Está claro que con el cambio de universidad estaba buscando otras mejores cifras. Ha habido influencia política en esa decisión".

Sobre el terreno: ¿explotación o trabajo tolerable?

En el origen de la disputa numérica confronta la definición misma de “trabajo infantil”, en la que chocan aspectos culturales, pero también intereses millonarios. ¿Qué es el trabajo infantil? Costa de Marfil ya resolvió esa pregunta sobre el papel. El país tiene legislación al respecto y ha ratificado los Convenios de la OIT que definen la edad mínima para trabajar (14 años) y las peores formas de trabajo infantil, para las que ofrece una definición que incluye las tareas con las que es probable dañar “la salud, la seguridad o la moralidad de los niños”. Pero las palabras se antojan insuficientes y fáciles de cuestionar a la hora de catalogar la realidad en las plantaciones de cacao.

“No he visto un niño esclavo en el cacao en mi vida”, repite varias veces Koné Moussa, presidente del Sindicato Nacional Agrícola por el progreso en Costa de Marfil (Synap-CI). “Lo que hay son niños que trabajan con sus padres, pero no son explotados. Ha sido siempre así. Yo no fui al colegio, iba con mi padre al campo, pero no era un esclavo. Mi hijo mayor, cuando está de vacaciones, viene también conmigo”. Moussa defiende, al igual que el Gobierno y muchos agricultores, que hay ciertas labores productivas para los menores, el travail socialisant, que les instruye en su futuro en el campo.

El sindicalista achaca a la guerra civil en el país –entre 2002 y 2007 pero que se alargó con una gran inestabilidad y episodios de gran violencia hasta 2011– la mala fama de Costa de Marfil en este tema. “Fue a partir de la guerra cuando las televisiones extranjeras decían que el cacao costamarfileño estaba producido por niños”, sostiene con evidente tono de reproche hacia los medios extranjeros. En 2011 se emitió el premiado documental de la cadena pública europea ARTE La cara oculta del chocolate que expuso casos de explotación y trata. Según mencionan varios productores, la crisis en el país facilitó la entrada de migrantes desde países vecinos, que buscaban más oportunidad laborales, y también de víctimas de trata en posesión de traficantes gracias a la situación de descontrol.

Moussa cree que la imagen internacional que quedó tras estos episodios no hace justicia al día a día en las plantaciones marfileñas. Es habitual que los agricultores y representantes de comités locales de sensibilización contra el trabajo infantil, como Bamba Gohouassiata –que realiza la tarea en el distrito de Kradji–, lancen mensajes como si se excusaran de cara al extranjero: “Los agricultores quieren a sus hijos”, “los niños solo ayudan a sus padres, no hacen tareas peligrosas”.

Aunque en las comunidades productoras prima el trabajo de menores con sus familias, el Gobierno costamarfileño, Unicef y organizaciones como Voice sostienen que la trata, aunque minoritaria, también afecta al sector del cacao. Sobre todo de menores que son traídos desde Burkina Faso y Mali. “Muchas veces engañan a los padres, les dicen que van a enviar al colegio a sus hijos. Si los padres no tienen dinero, aceptan. Pero en realidad el niño no va a ir a la escuela”, explica Hyacinthe Mokie Sigui, de programa de protección de Unicef en el país.

Al igual que la generalización de la “esclavitud” de niños no retrata de manera fiel las plantaciones costamarfileñas, minimizar los riesgos del trabajo infantil porque los menores se encuentran a cargo de sus progenitores supone otro riesgo. El hijo mayor del agricultor en Fengolo ni siquiera conoce el idioma oficial en el país porque no ha recibido una mínima instrucción. No saber leer ni escribir en el siglo XXI marca su presente y también su futuro. Trabajar en una plantación limita el acceso de los menores a su derecho a la educación, que también se ve dificultado por otros motivos como la falta de escuelas y de recursos de las familias.

Los peligros propios de las labores relacionadas con el cacao tampoco desaparecen por mucho que los niños trabajen codo con codo con sus familias. El uso de machetes, la exposición a pesticidas y otras sustancias tóxicas, o los esfuerzos para cargar con grandes sacos, amenazan la salud de los menores agricultores. Según las entrevistas de la Universidad de Tulane, 1.150.00 menores se habían visto involucrados en trabajos peligrosos en las plantaciones de cacao de Costa de Marfil, un 46% más de los registrados en su estudio previo, de 2008/2009.

Un argumento recurrente es el de apelar a las diferencias culturales para justificar estas prácticas: no es lo mismo poner a un niño español con un machete –que no habrá visto uno en su vida– que a un menor de Costa de Marfil, porque aquí es una herramienta muy común en las zonas rurales. “Nuestra perspectiva es que, en realidad, las heridas debido a los machetes son unas de las más frecuentes identificadas en el informe. Solo el hecho de que muchos niños se hieren con ellos es un indicativo de que es un trabajo peligroso”, alega Abby McGill (IRLF). El informe de la Universidad de Tulane muestra que el 37% de los menores que afirmaron trabajar en el cacao había sufrido cortes y heridas en el desarrollo de sus labores.

Gaston observa a sus tres hermanos pequeños que no trabajan en el cacao y ya aprecia diferencias respecto a su infancia. “Están mejor mantenidos que nosotros. Cuando vas al colegio, lo sabes todo”, expresa con una imagen idealizada de quien sueña con algo que no ha podido tener. Para los padres que sigan obligando a sus hijos a ir al campo, aun tras recibir información sobre sus riesgos, el chico lo tiene claro: “Los metería en la cárcel directamente”.

Un sector que mantiene la precariedad

La educación se ha erigido como una de las principales apuestas del Gobierno costamarfileño para acabar con el trabajo infantil: en 2015, la escolarización pasó a ser obligatoria de los 6 a los 16 años y muchos proyectos de las multinacionales consisten en la construcción de escuelas. Las autoridades del país proclaman que la educación es gratuita, pero en la práctica el pago para que los menores puedan asistir a clase es muy común.

Las familias se organizan para sufragar los recursos que no presta el Estado: a veces es para crear aulas, comprar material escolar o incluso pagar el salario de un maestro. Las escuelas levantadas con tablones de madera y en mal estado son muy corrientes en los poblados de campesinos de cacao; tras ellas, los padres se tocan el pecho orgullosos mientras dicen que han construido el colegio ellos mismos, y explican cuánto pagan para que sus niños reciban una educación.

Estos gastos suponen una barrera para que algunos niños abandonen el campo. En ICI admiten que en los proyectos que desarrollan contra el trabajo infantil “la compra de un uniforme o la falta de una partida de nacimiento (necesaria para los exámenes oficiales) son los motivos por los que algunos niños no van al colegio”, afirma Nick Weatherill, director ejecutivo de la fundación.

Pero cuando para una familia que el niño trabaje se convierte en una cuestión de subsistencia, el acceso a la educación no será siquiera el principal problema. Ni se planteará como opción.

La sensación de abandono por parte de las autoridades, en la construcción de escuelas, carreteras y otros servicios, se repite en varias plantaciones. El cacao está fuertemente gravado por el Estado, pero muchos se preguntan dónde va el dinero si no tienen infraestructuras básicas en sus territorios.

Algunos se rinden tras esperar una ayuda del Estado que no llega nunca: el vecino de Jean Baptiste, un productor cuyo campo está a la salida de la aldea de Kouassibakro, se marchó después de que sus árboles enfermaran y no tuviera manera de sanear la plantación. Jean Baptiste señala las ramas desnudas de la plantación lindante con preocupación: algunos de sus cacaoteros también están infectados por “el VIH del cacao”, cuenta. La enfermedad deja un reguero de vainas negras en el suelo. Su terreno se extiende a lo largo de 12 hectáreas “y el Consejo de Café y Cacao solo me ha dado un bote de pesticida”, lamenta.

El Gobierno destaca que el precio mínimo que han recibido los campesinos por su cacao –fijado por el Estado a través del Consejo de Café y Cacao– ha subido en los últimos años hasta el récord en esta temporada de los 1.100 francos centroafricanos por kilogramo. Tras la gran cosecha, la petite traite afronta ahora en cambio un desplome del precio del 30%, el más bajo de los últimos cuatro años, justificado por un exceso de producción. Pero, aun con el incremento del precio durante la temporada fuerte, en las plantaciones los agricultores continuaban sumergidos en la pobreza. “Es cierto que el precio ha aumentado en los últimos años pero es que el punto inicial está en un nivel tan absurdamente bajo que podrías incluso duplicar, triplicar o cuadriplicarlo”, denuncia Fountain.

Ante el actual descenso de lo que perciben los agricultores “a pie de campo”, 700 francos, el director de Voice exige un debate serio sobre el precio por parte de la industria y del Gobierno, hasta el momento inexistente: “Las compañías son responsables de asegurar que tienen sistemas decentes para garantizar un precio justo”. No vale con "esconderse detrás del mercado", insisten desde la organización, como si la suerte y la vida de los productores solo dependiera de la ley de la oferta y la demanda.

La revisión del sector debe ampliarse también a la estructura misma del sector, que mantiene a lo largo de los años enormes desigualdades en su cadena de suministro. “El Barómetro del Cacao dice que los productores reciben en torno al 6-7% del precio final que se paga por una tableta de chocolate en un supermercado, porque hay muchos intermediarios en la cadena. El cacao genera mucho dinero pero también muchos intermediarios”, argumenta Siriki Diakité, representante de la certificadora UTZ para África Occidental.

Así se divide el precio final de la cadena del chocolate

Contribución al precio en supermercados de cada actor de la cadena

Fuente: Cocoa Barometer

Aunque ascendiera lo que reciben los agricultores por sus semillas, la temporalidad del cultivo y el reducido tamaño de las plantaciones no los sacarían del todo de las dificultades. El aumento de la certificación del producto –que garantiza una agricultura respetuosa con el medio ambiente y sin explotación laboral–, tampoco ha acabado con la precariedad que viven los campesinos.

Las certificaciones de los agricultores en Costa de Marfil

Evolución del número de agricultores de cacao acreditados por las tres principales compañías

Fuente: Rainforest Alliance, UTZ y Fairtrade

Diakité recuerda que existe también un gran problema de productividad: “Las cifras oficiales dicen que la productividad del cacao de los pequeños productores va de los 400 a 500 kilos por hectárea. Y aquí hay un potencial de llegar prácticamente a 1 tonelada por hectárea”, afirma Siriki Diakité. “Pero para ello es necesario que los productores puedan recibir formación, acompañamiento para aplicar buenas técnicas agrícolas. Es decir, que los productores sean lo que podríamos llamar ‘profesionales”, prosigue.

Aun siendo cierta la necesidad de mejoras en estos aspectos, Antonie Fountain cree que existe la tendencia a caer en un peligroso error: “Dicen ‘los agricultores tienen que hacer más de esto, más de esto otro, deben mejorar su productividad, aprender más, usar mejores materiales, mejores pesticidas… etc’. Si escuchas esto, parece que todo el problema sobre la sostenibilidad del cacao está en si los agricultores están haciendo el trabajo lo suficientemente bien, y creo que esto está completamente equivocado”. En su opinión, la falta de transparencia del Gobierno y la industria deberían centrar más conversaciones para hallar soluciones a la pobreza: “No está muy claro quién está haciendo qué: qué dinero están ganando y cuánto están reinvirtiendo en el sector del cacao, cuánto por ejemplo se va en la corrupción”.

En la aislada aldea de Houphouet-Kouamekro reciben el precio mínimo de 1.100 francos, aseguran los agricultores. “No es suficiente para vivir, pero ¿qué le vamos a hacer?”, responde el portavoz del grupo con un gesto de resignación. En el camino de regreso, por la carretera plagadas de baches, un niño de unos 11 años avanza en dirección contraria. Sale corriendo entre los cacaoteros al ver el vehículo. Va acompañado por un perro y lleva un machete en la mano.

Fuente: Imágenes satelitales de ESRI World Imagery. Mapas realizados con CARTO. Fotografía de Alex Cedry Coulibaly y material gráfico adicional de Laura Olías, Raúl Sánchez y Comité National de Surveillance des Actions de Lutte contre la Traite, l’Exploitation et le travail des Enfants (CNS). Todos los datos de comercio internacional usados en este reportaje provienen de la base de datos de comercio internacional de BACI, basándose en datos originales de la División Estadística de la ONU.

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